27 de marzo de 2009

JAIME SILES, CONTENCIÓN Y DELIRIO

    



    

Hay visiones de la realidad que son sonoras como otras lo son cromáticas o plásticas. Francisco Javier Escobar consigue que las suyas sean sonoras y plásticas a la vez: como un paisaje que también hablara o como un viento que se dibujase. Y, como buen conocedor de la Tradición con mayúscula que es, ni oculta sus fuentes ni difumina sus claves: las explicita en lo que ha definido como su "poética". A contra-tiempo es un continuo diálogo con los numerosos intextextos de los que deriva su amplia riqueza musical: la de la composición y la de sus no menos identificables referentes. Compositor culturalista, como no lo podía ser menos un músico que también es filólogo, su obra se caracteriza por ser una profunda investigación en los significantes. Lo que se traduce en el mosaico de un doble discurso: el suyo propio y el del meta-discurso que genera.

    De modo que asistimos a un acústico juego de espejos, en el que las imágenes se reflejan las unas a las otras y los sonidos establecen constantes correspondencias entre sí. Música, pues, postmoderna por su historia y su naturaleza, la de Escobar es, sobre todo, lírica por esos surtidores de sentido que conforman sus tonos y esa modulación del ritmo que taracea su expresión, confiriéndole ese lirismo narrativo que tiene y que, como en la poesía de Horacio, desarrolla y despliega una especial morosidad: la del fluir dentro del detenerse. La arquitectónica concepción de sus distintas partes y la perfecta armonía que las une no resta emoción a una pieza como ésta, en la que la técnica está puesta al servicio del espíritu y no al revés. Música, pues, comunicable y comunicante, asistimos en ella a los temas y motivos en que en sí consiste, pero también –y me atrevería a decir que sobre todo– a su masa y volumen fónico-pictural, en el que el apunte de un movimiento se disuelve en el todo descriptivo y éste recibe sus figuras de las secuencias casi fotogramáticas que conforman su aérea instantaneidad. Música, pues, del espacio pero también del tiempo, ésta lo es del aire que recorta sus perfiles dándoles su escultórica unidad. Contención y delirio atraviesan sus notas, y no hay desgarramiento en sus contornos sino un sucesivo y armónico fluir, que acepta la contingencia que le imponen sus límites, pero que no renuncia a la alegría renovada por el rito que es su verdadera clave aquí. El mito que opera en su fondo se renueva en y por el rito que remueve y actualiza su proceso de simbolización. De manera que lo que en sí y por sí está fuera del tiempo pasa a formar parte de él, y lo que sólo es tiempo se destemporaliza en una simbiosis en la que el tiempo y el no-tiempo se nos presentan separados y unidos a la vez por ese punto inmóvil que los aleja y acerca a ambos y que constituye –creo– el eje de toda esta creación. A contra-tiempo remite a una experiencia semejante a la descrita en uno de sus últimos poemas por Ernestina de Champourcin: Contra tiempo, destiempo, / sin tiempo en el tiempo –escribía ella. Y una refacción e ideación del tiempo es lo que Escobar hace y propone aquí: en esta obra suya que supera la tentación trágica que tiene, al diluir el yo en el canto como ha disuelto antes lo culto en lo popular. El yo –como el tiempo– se anula en su vivirlo, y la música y toda su tensión emocional también. 

Jaime Siles