23 de diciembre de 2009

Disco: Orillas - Juan Carmona. (Night & Day, 2002)




    Cuando en un tiempo fabuloso el peregrino Hércules se adentró en el Estrecho mítico por el promontorio de Calpe y Abila, seguramente sin saberlo, venía a tejer un puente simbólico que facilitaba el acercamiento de culturas en las orillas del Mediterráneo. Con el esplendor andalusí, Córdoba alcanzaba su floruit al órfico son de Zyriab, sedimento que marcaba uno de los múltiples rasgos estético-culturales que habrían de cristalizar en esa manifestación ecléctica y críptica que llamamos Flamenco. Conscientes de tal punto de encuentro, artistas como Lebrijano, con la Orquesta Andalusí de Tánger, o Lole han rendido, valiéndose de su voz, un sincero homenaje a tal hibridismo musical. En el marco guitarrístico, si bien Paco de Lucía había acometido, salvando las distancias, una tarea similar en Sólo quiero caminar, faltaba por fraguar una obra íntegra y unitaria que se sumara a esta línea compositiva. Con la colaboración de artífices representativos de la Vanguardia Flamenca (Pardo, Benavent, Canales, Montse Cortés o Potito), Juan Carmona nos ofrece Orillas, en una granada confluencia de estilos flamencos y profundidad gnawa. La rondeña de concierto (Ronda), con ligeras reminiscencias de Paco de Lucía y Vicente Amigo, dará paso al tempo de unos sabrosos tangos (Noche; Esperando). La polimetría rítmica de Marrakech, asimismo, enriquecida gracias a Chemirani, sirve como pórtico de entrada a la bulería Juncales, preñada de contratiempos rítmicos y otros recursos (v. g., el pizzicatto). Junto a Chraïbi, Carmona se adentrará en un embriagador manantial armónico, a modo de fantasía, en II Han. La soleá mora, marcada con apuntes percutivos de Canales, recuerda ligeramente el sello de los Habichuela (especialmente, el toque de Juan). Y las alegrías Tú vives en mí, sustentadas sobre un estribillo melismático entonado por Cortés, emanan el perfume gaditano de uno de los enclaves míticos establecidos por Alcides como lugar impregnado de maravillas inefables. La obra culmina, en fin, con la granaína De Casablanca a Granada, que arranca en virtud de un preludio de identidad étnica para pasar a la evocación del espacio legendario andaluz, en una estructura anular, como prístino recuerdo de la cultura nazarita. Finaliza así Carmona su peregrinaje musical, haciendo realidad, como un nuevo Hércules o Zyriab, el hermanamiento entre las orillas de un Mediterráneo mítico.

Francisco J. Escobar Borrego 
(Universidad de Sevilla)



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