El análisis circunscrito a la escuela sevillana del toque constituye un objeto de estudio de notorio interés en el estado de la cuestión centrado en el flamenco. A propósito de los rasgos inherentes a dicha tendencia musical, se suele traer a colación la métrica precisa y ajustada gracias a la cabal asimilación del acompañamiento tanto al cante como al baile. Junto a esta importante cualidad, se identifica la manifiesta expresividad jonda mediante motivos, subtemas y ritornelli, al tiempo que la interpretación se encamina hacia la cantabilidad forjada en virtud de un atractivo fraseo melódico. Para ello, como se advierte en la ejecución de Niño Ricardo —entre otros preclaros paradigmas— y su fértil pervivencia, adquieren especial tratamiento mecanismos técnicos funcionales tales como arpegios dobles y con picados, microescalas o trémolos. A estos recursos hay que sumar la ingente variedad de rasgueados percutivos de la mano derecha acompañados del empleo del pulgar, a menudo en forma de alzapúa, con ligados en la izquierda.
Pero, en consonancia con la necesaria destreza del instrumento, cobra no menos relieve la plasmación simbólica de un rico imaginario conceptual y literario-musical que tiene como piedra angular la ciudad de La Giralda o «Giganta de Sevilla», en palabras de Cervantes, melómano escritor tan próximo a este enclave en el arte y en la vida. Y es que, en la escuela hispalense del toque, descuella el arquetipo del músico que expresa sus experiencias vivenciales a la luz de la capital del Guadalquivir. Dicho aserto queda ejemplificado en insignes referentes que van desde el mencionado Niño Ricardo (Recuerdo a Sevilla) a Rafael Riqueni en variadas composiciones; entre estas: la soleá Monte Pirolo en Juego de Niños o las obras Suite Sevilla, junto a José M.ª Gallardo del Rey y con apuntes a microcosmos representativos del aliento de Calle del Infierno, Alfalfa o Puerto de Triana, y, más recientemente, Parque de María Luisa.
Pues bien, es este sugerente universo entre la música y la vida, con espacios singulares de Sevilla al fondo, el que nos presenta en Calle Oriente Manolo Franco, distinguido modelo de la escuela guitarrística hispalense actual. Constituye, a su vez, el esperado regreso a las producciones discográficas tras su Aljibe, meditada reescritura de las composiciones con las que obtuvo en 1984 el I Giraldillo del toque de la III Bienal de Arte Flamenco de Sevilla. Y es que, en coherencia creativa con la opera prima, Calle Oriente se concreta, entre las posibles lecturas hermenéuticas que suscita, en un itinerario introspectivo y emocional de Manolo Franco por emblemáticos enclaves de Sevilla. De hecho, al margen de que Calle Oriente —sevillanas, por cierto— conecte, en la historia sociocultural de la capital andaluza, con la Calzada de la Cruz del Campo, la Alameda de San Benito o los Caños de Carmona, se erige como un eje esencial, al igual que Campo de los Mártires —la seguiriya-serrana de este disco—, para comprender significativos momentos vividos en tales lugares por Manolo Franco. Se trata, en definitiva, como el lector-oyente podrá comprobar, de un viaje interior —baste recordar las alegrías Cristina y Manuel dedicada a sus hijos— de nuestro compositor por los paisajes urbanos de Sevilla connotados para él.
En resumidas cuentas, tan temperado y calmo proyecto, en contrapunto a la celeridad de las producciones discográficas destinadas a la venta masiva y rápida, está llamado a ser una de las obras que merecen asimilación crítica detenida y análisis preceptivo por parte de los aficionados a la guitarra flamenca. Porque Manolo Franco, pertrechado de su sólido conocimiento y exquisita sensibilidad, brilla, por derecho propio, como un reputado maestro de la sonanta. Lo es, en efecto, en una doble dirección ya que a su impecable dominio de la bajañí cabe añadir la constante labor de divulgación didáctica y propedéutica en el Conservatorio Superior de Música Rafael Orozco al calor de su dilatada experiencia profesional; o sea, tras la estela vocacional de un valorado mentor, Antonio de Osuna, a quien brindase la soleá Recuerdos en Aljibe.
Les emplazo, en suma, a que paladeen Calle Oriente conforme al medido son de este modelo ejemplar —en el sentido de Cervantes— de la escuela sevillana del toque, al margen de las lábiles fronteras del tiempo; o, si lo prefieren, al compás de las eurítmicas y sentidas palabras de José Luis Rodríguez Ojeda en el soneto ofrendado a nuestro renombrado protagonista: «[…] Manuel Franco Barón, / Manolo Franco ya para la Historia».